Nuestra aventura empezó a las 10:45 en el Aeropuerto de Manises, Valencia, donde quedamos todos los alumnos y alumnas con nuestras profesoras.
Allí aprendimos nuestra primera lección: no se puede pasar contenedores líquidos de más de 100ml. Yo había comprado unas botellas especiales de aceite de oliva para regalarlas a mi familia anfitriona checa y las llevaba dentro del equipaje de mano. Como es lógico, tuve que abandonarlas en el control de seguridad. Por suerte mi padre puedo venir a recogerlas y no desperdiciar nada. ¡Ahora ya tenemos aceite en casa!
Después de hacer el check-in nos comunicaron que nuestro vuelo hacia Frankfurt se había retrasado unas 2 horas y media. Esto nos permitió explorar el aeropuerto de Valencia y empezar a conocernos mejor, pues no todos estamos en las mismas clases en el instituto. Al cabo de pocas horas, despegamos.
Como se retrasó tanto el vuelo, sucedió lo inevitable: perdimos el vuelo en la escala. La parte positiva es que al menos nos obsequiaron con un cheque de 10 euros como compensación y la siguiente aventura fue encontrar un lugar donde comer por ese precio.
Estuvimos tres horas en el Aeropuerto de Frankfurt, era gigante. Pudimos explorar con calma y aprovecheamos para ver un partido de fútbol en las pantallas. Casi a las nueve por fin cogimos el vuelo de Praga y a las diez y veinte llegamos a nuestro destino. Estábamos todos cansadísimos pero muy ilusionados tras un viaje de 12 horas.
Al llegar nos estaban esperando las familias anfitrionas checas y nos llevaron a sus hogares. En casa de mi estudiante checo, conocí a su familia y me prepararon un plato típico que disfruté como ningún otro. Después deshice el equipaje y nada más acostarme, me dormí.
Autor: Enrique G. 1Bachillerato.